Refugio Nacional de Vida Silvestre Curú – El Reino de la Naturaleza

Cuando me apuro desde el Ferry de Paquera para llegar a mi destino en Tango Mar u otro, generalmente no presto mucha atención a lo que hay de camino. En parte es bueno, porque el camino serpentea bastante y hay que concentrarse. Sin embargo, también es una lástima, porque así ya varias veces he pasado la entrada al Refugio Curú sin darme cuenta.

Como Tango Mar y muchas otras joyas, Curú queda un poco escondido, hay que ir a buscarla. Y eso es lo que hago.

La entrada está camino adentro, y para mi sorpresa me veo entre los pastos.

No obstante, poco más tarde ya llego entre los árboles e inmediatamente el ambiente cambia. Respira tranquilidad. Reina el silencio. Silencio humano, por lo menos, lo que permite escuchar mejor los sonidos de los animales y de la naturaleza. Automáticamente trato de manejar también en silencio, y es con aprehensión que apago el motor en el pequeño espacio previsto para autos.

Curú fue el primer refugio de vida silvestre privado en el país, y fue declarado Refugio Nacional de Vida Silvestre en los años ’80 del siglo pasado, aunque sigue siendo manejado de modo privado. Y, aunque todavía hay algo de ganadería y producción de frutas, el enfoque está en el ecoturismo y la educación ambiental.

Yo quiero sobre todo caminar, saber si es cierto que Curú es un paraíso escondido. Hay varios senderos, unos más cortos que otros, que llevan a las diferentes partes del refugio, entre ellas la playa Quesera – conocida por sus aguas cristalinas y su arena blanca.

Me llama la atención que, aunque no hay instrucciones al respecto, los visitantes caminamos casi sin hablar, y los que hablan susurran para no estorbar los animales. Y en efecto, animales hay bastantes. Curú alberga más de 300 especies de animales y una abundancia de plantas.

Emprendo el sendero de los monos, pero lo primero que veo son…pizotes. Andan husmeando por el camino como si fuera de ellos, indiferentes a los seres humanos que pasan por ahí también. En los árboles se escuchan los monos aulladores.

Paso por un puente en madera encima de un pequeño estero, rodeado por manglares. Dudo entre el Sendero de los Monos y al final tomo el de Quesera. Me doy cuenta de que me gustaría tener mucho más tiempo que el poco del que dispongo, y decido nada más disfrutar el lugar, caminando un poco, admirando los animales y la playa. Antes de meterme de nuevo en el auto compro unos souvenirs para la familia, pero sobre todo para apoyar a la Conservación de este lugar tan precioso.

Ya casi en la salida, a la par del arroyo, apago el motor un momento para volver a disfrutar los sonidos. Un rótulo avisa de peligro porque viven cocodrilos en el agua, pero de momento…reina la paz. Respiro hondo unas veces más, los ojos cerrados. Cuando los abro, estoy segura: tengo energía para regresar al corre-corre diario.