Horas mágicas

Tango Mar es uno de los pocos lugares privilegiados desde donde se puede ver tanto el amanecer como el atardecer, aunque este último un poco de lado y detrás de la montaña. Para vivir un poco más ‘de frente’ la hora mágica – así es como se llama el momento antes de la puesta del sol, cuando el cielo se pinta de vivos colores y todo adquiere un tono más cálido – desde Tango Mar se puede tomar el tour ‘Horas mágicas’.

En este tour, la vuelta por el manglar se puede incluir sólo cuando hay marea alta, y la bioluminiscencia sólo cuando hay luna nueva. Y claro…el atardecer tampoco promete ser igual de espectacular todos los días. Todo al ritmo de la naturaleza, pero es parte de la aventura.

El tour empieza a las 4 de la tarde; en auto vamos al otro lado de Bahía Tambor, al estero del río Pochote, a unos 15 minutos de Tango Mar. Hace años, aquí fue un área de pesca únicamente. Aún hay pesca, pero ya también llegan los barcos para llevar a turistas. William es nuestro guía con Blueline.

Topamos con suerte, hay marea alta así que podemos dar una vuelta por los manglares en el estero. Estos manglares, aprendo, no solo captan más CO2 que otros árboles y son una buena barrera contra huracanes, sino que además albergan unas 200 especies de animales. Y como ya es costumbre en esta región: por donde vamos estamos acompañados por animales, en este caso percibimos varias garzas azules y blancas.

Navegamos tranquilamente por las aguas, y de vez en cuando cierro los ojos…puro placer.

Después del manglar es hora para ir a playa Muertos, donde nos espera el atardecer tan ansiado. Tomamos dirección a la bahía, flanqueada de montañas que terminan en forma de caimán, por un lado, cocodrilo por el otro… con un poco de fantasía. Ya para ahora el sol está bajando claramente, lo que da un brillo dorado al agua y al cielo.

No pudimos descubrir de donde viene el nombre de la playa, que me parece bastante lúgubre. Una explicación parece ser que como es tan desolada y virgen aún la playa, parece ‘muerta’ (no hay nada divertido que hacer). Sea como sea, cuando llegamos es todo menos lúgubre. El barco se detiene justo frente a la playa, donde nos dan la bienvenida unos muchachos de Blueline nos esperan detrás de una mesa con deliciosas frutas, patacones, cervezas, sangría etc. Perfecto para entrar ‘en ambiente’ y disfrutar el atardecer.

La playa es lindísima. Blanca y cálida, con un oleaje muy suave. Ya casi fuera de vista está el restaurante ‘Los Vivos, para quienes quieren comer un poco más, o incluso hospedarse. Yo me quedo en la playa, y desde un tronco en la arena veo decenas de cangrejitos ermitaños andar de un lado para otro, meterse en la arena y volver a salir.

Y entonces… la puesta del sol. Espectacular. Se alistan las cámaras, todos tratamos de captar lo imposible: el sentimiento preciso de experimentar tanta belleza. No obstante, es como siempre: para realmente captarlo, hay que vivirlo. Nos quedamos un poco más, como si estuviéramos esperando que regresara, como los cantantes al final del show cuando se sigue aplaudiendo. Pero no hay segunda ronda y vamos a los botes.

En el agua oscura ahora – es luna llena – William explica la bioluminiscencia: una luz que se produce cuando ciertos microorganismos transforman su energía química en luz. En ocasiones se ve como un fenómeno azul o verde en el agua, cuando hay muchos organismos.

Hoy no lo vimos así, pero William, que investigó el tema durante sus estudios, logra con un balde de agua que lo experimentemos de cerca: al tirar el agua en el bote, reacciona con el oxígeno y se ven las lucecitas.

Para mejor muestra, su compañero Allen se echa al agua – alrededor de él hay miles de pequeñas luces. Como estrellitas en el mar.

Impresionados, casi en silencio, regresamos al estero, donde nos despedimos de los muchachos, agradecidos por las bellas experiencias vividas – realmente fueron varias horas mágicas. Y tomamos ruta a Tango Mar, para cerrar el día con una deliciosa cena.